Estudiantes de Kinesiología aprenden desde la empatía

“Ponte en Mis Zapatos”  es una actividad clave durante su formación, ya que experimentan lo que viven a diario las personas con capacidades físicas disminuidas.

“Para guiar a alguien que no ve, no debes tomarlo del brazo, solo debes poner tu mano en su hombro o codo y orientarlo”. Parece ser una instrucción simple, pero la mayoría de los ciudadanos de a pie jamás la hemos escuchado.

Y fue una de las tantas orientaciones que recibieron los estudiantes de tercer año de la carrera de Kinesiología, quienes participaron como lazarillos de sus compañeros de cuarto año que fueron parte de la versión número 12 de “Ponte en Mis Zapatos”, una experiencia clave en su formación profesional.

“Es una instancia en la que los estudiantes se ponen en el lugar de sus pacientes, ellos aún no parten su experiencia clínica con la Escuela Especial Corpadis (Corporación Regional de Padres de Personas con Discapacidad), donde realizarán sesiones recreativas para los niños que son parte de esa institución. Entonces, es una aproximación, para que sepan las dificultades que puedan tener e ir adaptando las actividades que tendrán prescribir y generar una conciencia inclusiva en nuestros futuros profesionales porque -en general- desde lo cognitivo a la práctica hay un paso más o menos grande y esta actividad representa un cambio de pensamiento en cada uno de ellos”, explicó Karen Villegas, académica y coordinadora de la actividad.

La idea nació en 2008, como una forma de dar a conocer cómo se desenvuelven a diario en los entornos públicos las personas que tienen alguna de sus capacidades físicas reducidas y cómo deben desarrollar actividades básicas y cotidianas.

Y para ello se preparan, con vendas, cintas adhesivas y otros elementos que los ayudan a reducir su movilidad como sucede en condiciones como ceguera, hemiparesia, amputaciones, entre otros.

“La experiencia fue muy significativa porque uno puede imaginarse lo que sienten quienes tienen capacidades diferentes, pero vivirlo es muy distinto. Por ejemplo, yo tenía diparesia (debilidad y/o dificultad de movimiento en extremidades inferiores) y me siento súper cansada, me duelen los brazos, las piernas, estuve mucho rato sentada para poder reponerme, pero aun así, cuando intentaba caminar nuevamente, los músculos los sentía muy fatigados. Y por eso la actividad es muy potente, porque uno no solamente tiene que imaginar lo que siente la otra persona, sino entenderlos y ser más empáticos, tanto en lo profesional como en la vida diaria, porque a veces pasamos de largo. Ojalá muchas personas pudiesen vivir esto porque no siempre nos ponemos en su lugar y al experimentarlo, uno se da cuenta de lo básico e importante que es tener ciudades mucho más amigables”, explicó la estudiante Tamara Rodríguez.

Además, por segunda vez, los participantes debieron unirse al espacio de autocuidado “Encuéntrate UCN”, realizando actividades deportivas y recreativas propias de este bloque.

Por su parte, los lazarillos también comprendieron la labor de un acompañante: “El apoyo para ayudarlos a trasladarse es algo complejo: Y lo más complicado es que al principio no sabía cómo darle apoyo y orientarlo bien, porque la ceguera no era el inconveniente sino no saber cuándo necesitaba apoyarse sobre mí y, en el fondo, estar cerca por si necesitaba ayuda”, precisó Viviana Lagos, estudiante de tercer año.

Según el II Estudio Nacional de Discapacidad, elaborado en 2015, en nuestro país hay 2.836.818 personas -el 16,7% de la población-  que viven con alguna condición de discapacidad.

En ese sentido, urge que la sociedad y, especialmente, los futuros profesionales de la salud adopten una conciencia inclusiva, con el fin de contribuir a la integración real en nuestra comunidad. Un compromiso que han asumido –férreamente- tanto  estudiantes y docentes de la carrera de Kinesiología, no solo desde el aprendizaje, sino como una búsqueda constante de aportes concretos a la sociedad.